O cómo pasar del amor al horror, ¿verdad?
Creo que todos hemos vivido, al menos, una ruptura.
Es duro, es doloroso, nos hace sufrir, nos deja desolados, hechos polvo.
Las reacciones más normales varían y fluctúan, de forma que podemos sentir una tristeza infinita, dolor profundo, sufrimiento sin fin; enfado, sensación de estafa, ganas de venganza; perplejidad, confusión, desorientación…
Podemos ir de una a otra sin descanso, agotarnos y seguir sufriendo.
Cuando estamos en plena vorágine es muy difícil distanciarse y tener un mínimo de perspectiva, pero es de todo punto conveniente hacerlo, aunque sea tiempo después.
La primera pregunta que surge en mi mente cuando ya no estoy emocionalmente inmersa en la relación es: ¿Cómo hemos podido llegar a esto? ¿Cómo yo he podido llegar a esto?
Es decir: ¿En qué punto todo el amor, toda la ilusión, toda la alegría, la aceptación, el gozo de estar y compartir con otro, se convierte en cansancio, hastío, decepción, rutina, intolerancia, impaciencia, crítica constante, desamor, indiferencia?
¿Cómo es posible que el amor acabe en todo eso, en tantas cosas feas que no tienen nada de amorosas?
¿Y si lo que llamamos amor es otra cosa?
No me interesa lo que el otro me ha hecho o dejado de hacer, me interesa lo que pasa en mí.
Me alucina y me cuesta entender de qué manera el amor que sentí -o creí sentir- por otra persona no solo desaparece del todo, sino que es sustituido por emociones y reacciones que son las antípodas del amor.
No me parece posible que algo así pase, y pase tan a menudo. No creo que el amor se pueda cambiar por desamor profundo como quien cambia de corbata.
Por lo tanto, me planteo si lo que he vivido ha sido amor de verdad u otra cosa.
¿He amado? ¿O he puesto mis expectativas en una mera construcción mental mía que no tiene relación con la realidad? Y luego, eso sí, culpo al otro de defraudarme.
Una gran revelación
Yo no sé si te ha pasado a ti, pero a mí, sí, y a mucha otra gente que conozco, también.
Me ha dejado mi pareja y mi única obsesión era que volviera conmigo. Horas y días dando vueltas a qué hice mal, qué debería haber dicho o callado, cuándo metí la pata, qué puedo hacer para revertir la situación y que vuelva conmigo. Como sea, pero que vuelva.
Ahora, y creo que, por suerte, y creo que es un paso hacia la salud mental y emocional, me parece una postura enfermiza.
¿De verdad quiero estar con alguien que no quiere estar conmigo?
Esa es una muy buena pregunta que no solemos hacernos. Nos preguntamos qué deberíamos haber hecho o qué hacer ahora mismo.
Digo que es una buena pregunta por qué a mí me sirvió para salir del bucle infinito y destructivo de !!¿¿por qué… por qué a mí??!!
Cambiar la perspectiva hizo que empezara, casi sin darme cuenta, a dejar de sentirme una víctima en todos los sentidos.
Dejé de mirar hacia afuera y empecé a mirarme a mí misma.
Debo confesar que más que una idea o miles sobre lo que es el amor, tengo una especie de… no sé cómo llamarlo o describirlo… una intuición, una inspiración, quizá. O puede que sea un conocimiento profundo del amor, que todos tenemos, y nos orienta a poco que se lo permitamos, aunque sea en una proporción mínima.
Así que no me complico demasiado, pero cuando estoy en una relación y hay problemas, sí me pregunto si mis acciones, reacciones y decisiones parten del amor o no.
Muchas veces, la respuesta es no.
Confieso que el mero hecho de saberlo, de tomar conciencia, me sirve de poco, porque no sé cómo salir del estado de “no amor” cuando estoy inmersa en él.
O no sabía.
Cambiar la mirada (o la oreja)
Descubrí que lo primero y más importante era dejar de escuchar a la tortuosa voz de mi cabeza, esa que se pasa el día diciéndome que no me quieren, que quiero que me quieran a toda costa. que si alguien me quiere debería esto y lo otro, que todo me pasa a mí, que no me lo merezco…
Dejar de escucharla me abrió un mundo de paz mental y vital.
Y encontré esa gran pregunta, que hoy en día me parece básica y sanadora: ¿de verdad quiero que esté conmigo alguien que no quiere estar conmigo?
Luego subí el nivel: ¿de verdad quiero a mi lado a alguien que no me ame, me voy a conformar con tener compañía, no estar sola (aparentemente)?; ¿estoy dispuesta a renunciar a mí, a lo que soy de verdad, por algo que no es ni remotamente amor?
Para mí, la respuesta es muy clara: no.
También me di cuenta de que cuando me dejan es una decisión que el otro toma y no tiene que ver conmigo en el sentido de que no es lo que yo haga o diga: en definitiva, la otra persona está diciendo no a lo que soy, pero simplemente porque no soy lo que quiere, busca, o cree querer o buscar. No es que haya algo malo, erróneo o no amable (digno de ser amado) en mí, sino porque a esa persona no le cuadro.
Y no pasa nada. Es así de simple. Puede ser doloroso, pero deja de ser motivo de sufrimiento, y la diferencia es importante.
Desde ahí es mucho más fácil soltar la relación y seguir con la vida.
Entonces la vida te muestra que no necesitas a nadie, si te tienes a ti. Es fácil y es evidente, cuando dejas de perseguir ese ideal absurdo de la pareja a toda costa.
Y entonces (otro entonces ), como la vida es profundamente amorosa y sabia, empieza a traerte otro tipo de relaciones al mismo tiempo que tú empiezas a enfocarlas desde otro ángulo.
Ya no quieres gustar, seducir, enamorar. No te dedicas a encandilar al otro, no vives más esclavo de tus ideas sobre la pareja.
Milagrosamente, tus relaciones cambian, cambian a mejor y tú eres más libre.