Divorcio o separación, tanto da: es el fin de tu pareja, de tu relación, de la vida familiar como la venías viviendo, sobre todo si tienes hijos.
En este post vamos a hablar de cosas concretas y de las elecciones que puedes hacer cuando la separación es un hecho irreversible.
Ya hemos analizado por encima las emociones que suelen envolvernos cuando llegamos a esta situación (Relaciones de pareja: cuando todo acaba).
Un divorcio es una ruptura traumática, un terremoto en nuestra vida que amenaza con arrasarlo todo.
Si observas a tu alrededor, verás que la mayoría de las personas separadas tienen vida después del divorcio, y una buena vida.
El problema es que tenemos -o creemos tener- que tomar decisiones en un momento emocional muy inestable y desconcertante, cuando una gran cantidad de sentimientos encontrados e intensos se apoderan de nosotros: estamos en guerra con el otro y con nosotros mismos.
Necesitas calma y paz, si quieres que el proceso sea corto y lo menos traumático posible.
Necesitas tomar una decisión, y necesitas hacerlo desde la calma y el control, por llamarlo de alguna forma.
Si te dejas llevar por las emociones todo será difícil y sufrirás mucho, durante mucho tiempo. Seguramente has podido verlo también a tu alrededor: separaciones que no se terminan de resolver (aunque lo estén sobre el papel) y se alargan durante años, empapando y contaminando la vida de los implicados y las de aquellos que se relacionan con ellos, básicamente sus nuevas parejas.
En este maremágnum las peores víctimas son, siempre, los niños, tanto los hijos de la pareja rota como los de las nuevas parejas.
Tomar posiciones
Así que tienes que decidir qué quieres en tu ruptura, por encima de cómo te sientas o de las ganas que tengas de “vengarte” de tu expareja.
No creas que puedes arremeter contra el otro sin que todo lo que eches contra él o ella te salpique.
Si eliges la guerra, vivirás la guerra y se la harás vivir a todo tu entorno; si eliges la guerra estarás en guerra mucho tiempo, porque no vas a poder controlar los acontecimientos.
Cuando eliges la guerra lanzas un misil y no sabes cuál será la respuesta de tu “enemigo”, qué armas tiene y durante cuánto tiempo te hará frente.
Curiosamente, cuando eliges la guerra, en realidad da lo mismo lo que el otro haga, porque si no tienes respuesta seguirás atacando sin descanso y sin piedad.
Eliges la guerra cuando te sientes víctima, cuando sientes que has perdido algo, que te lo han quitado, cuando, definitivamente, crees que no tienes poder ni control alguno sobre tu vida y lo que pueda ocurrir -o haya ocurrido- en ella.
Eliges la guerra cuando te ves como una víctima. Insisto. Y las víctimas no tienen ninguna capacidad de decisión, como mucho, ejercen un triste derecho al pataleo.
Al elegir ser víctima en tu vida cedes todo el poder.
¿A quién? En realidad, a nadie, pero en tu mente todos los demás lo tienen y tú no. ¿Crees de verdad que alguien fuera de ti tiene poder sobre tu vida?
Párate un momento, porque vas a decidir si tus hijos van a vivir la separación con normalidad y salud mental y emocional o si vas a embarcarlos en una guerra que no entienden (seamos honrados, cuando luchamos contra el otro a los hijos no les damos información real) y en la que van a ser armas arrojadizas.
¿Quieres sembrar esos polvos? ¿Qué lodos crees que cosecharás con el tiempo? ¿Quieres que tus hijos se sientan culpables por amar a su otro progenitor, por querer tener una vida sana y normal con él/ella y con su posible nueva pareja? ¿Quieres sumirlos en la confusión, el dolor y el sufrimiento, en la culpa y la soledad?